Reseña: Mary y el Gigante, de Philip K. Dick

Otra de las novelas principalmente inéditas del desaparecido maestro Philip K. Dick que acaba de editar Minotauro es Mary y el Gigante. Una historia en principio simple pero efusiva, de una chica de pueblo pequeño que intenta abrirse camino para salir de una existencia donde parece atrapada con camisa de fuerza. Dicen que Mary Anne Reynolds es uno de los personajes más convincentes y empáticos que jamás llegó a crear el maestro de Illinois. Estoy de acuerdo. Y eso que Dick es un poderoso creador de personajes. Pero Mary tiene ese no sé qué, ese algo que te suena en su modo de hacer las cosas. Que conoces. Lo típico de: «Me suena tu cara y no sé de qué». Aun así no es solo ella. Mary y el Gigante está llena de personajes coloridos y claramente representados que se asocian con la escritura de Dick y, como evocación de un tiempo y un lugar determinado, se vuelve magistral. Tienes esa poderosa sensación de que existieron. Sin embargo, uno no puede evitar preguntarse si el personaje de Mary sería tan comprensivo hoy como podría haberlo sido en el pasado. Tengo la sensación de que la mayoría del público moderno, lejos de sentir empatía por Mary, estarían más inclinados a darle una buena bofetada; una chica sin rumbo, petulante en ocasiones, y tan explotadora como explotada. Schilling, por el contrario, aunque es ese escandalosamente “hombre mayor” para los estándares de 1953, es mucho más comprensivo. Solo quiere establecerse, encontrar el amor y trabajar para llegar a la jubilación. Puritano, conservador, como lo queráis llamar. Pero un tipo más común de encontrar en una sociedad estable.

Es California, principios de los 50, y Mary Anne Reynolds, de veinte años, vive en la pequeña ciudad de Pacific Park. Trabaja en un almacén, es intimidada por su padre borracho y abusivo y, naturalmente, odia su existencia. Lo único que le gusta en la vida es ir al barrio negro de la ciudad y escuchar jazz en un club de poca monta. Allí, a través de un pianista blanco (un beatnik amable y lánguido llamado Paul Nitz), conoce a un cantante negro llamado Carlton B. Tweany, una especie de Paul Robeson (actor, cantante, defensor de los derechos civiles…) de Pacific Park. Se puede decir que Mary se arroja sobre él y se convierten en amantes, pero el lacónico Tweany no puede soportar la búsqueda continua de Mary Anne por el significado de la vida. La deja por una groupie. El próximo amante de Mary es Joseph Schilling, un hombretón de cincuenta y muchos tacos, dueño de la tienda de discos clásicos donde ahora se ha puesto a trabajar. Schilling está enamorado de Mary y le enseña sobre música y musicales, pero ni siquiera él puede retenerla. Surge de la posibilidad de un matrimonio (poco duradero) con Paul Nitz y entonces…, bueno, Philip K. Dick en realidad le permite Mary un mínimo de felicidad pero intensa. De esa que muchos llaman “dickiana”.

Sería interesante ver qué opináis los que hayáis leído Mary y el Gigante u os dispongáis a hacerlo. Os puedo decir ya, por mi parte, que es una de las novelas “realistas” de los últimos años que más he disfrutado. Yo que abogo tanto por la literatura fantástica. La disfruté como disfruto la mayor parte de la escritura de Philip K. Dick (quién me diría hace un tiempo que comentaría esto sobre una novela de Dick). Pero sinceramente ando algo decepcionado con el libro como novela. Especialmente, por el inevitable final, donde esperaba algún giríto. Mary finalmente encuentra satisfacción en su bebé, aunque no sepamos quién es el padre. Solo satisfacción por lo que una mujer así puede esperar del mundo, de su estancia en este nuestro plano, etc. Uff, ¿no? Si que es cierto que parece un capítulo final añadido. Mmmm, no sé, no sé, me huele que aquí hubo retoques o “consejos” editoriales. Sin embargo, otra novela póstuma que debería poner fin a las viejas afirmaciones de que Dick no era un estilista. Lo era y podía llegar a ser muy elegante. Y es maravilloso aquí que Mary no sea brillante o de una gran belleza. Aunque Dick la dota de una fuerza silenciosa que cobra vida.

Maravillosa escritura. Recordad que estamos hablando de una novela que tardó treinta años en ver la luz. Dramón interesante de uno de los mejores escritores de CF de toda la historia. Como una buena balada de un grupo de rock.

Reseña: Confesiones de un Artista de Mierda, de Philip K. Dick

Confesiones de un Artista de Mierda es la novela de Philip K. Dick que llevo más años queriendo leer. Y por fin Minotauro la pone en librerías. Era una de las difíciles de conseguir. Y es que en los últimos años se ha vuelto cada vez más políticamente incorrecto en los círculos literarios descartar a Dick como un escritor de CF pulp. Y no lo entiendo. En este punto, parece haber un consenso general de que hay más en Dick que en otros escritores de CF clásicos como Frank Herbert, Robert Heinlein o Isaac Asimov. Pero para mí, despedir a Dick de esta clasificación no es más aceptable de lo que sería descartar a Kafka de lo que se considera un escritor de Terror o a Hemingway de autor de novelas aventuras. Al mismo tiempo, existe el problema persistente con Dick de mencionarlo como un autor que no tiene el mismo calibre que un Kafka o un Hemingway, y friends, sus obras para los “cuerdos” tiene un poderío inconmensurable que muy pocos otros autores tienen.

Como prueba de que Philip K. Dick es un autor muy a tener en cuenta, hoy os traigo la reseña de esta obra cuanto menos curiosa. Un examen de la disfunción y la locura más que cualquier otra cosa, una historia que arroja luz cegadora al escepticismo sobre la mitología de la era «Leave it To Beaver». Una trama que ambientada en los años 50 se abre con una narración en primera persona de Jack Isidore, un chiflado estereotipado, un hombre que ha leído demasiada literatura fantástica, teorías de la conspiración y escritura científica marginal. Pero que se lo toma todo en serio. Cree que es un hombre racional interesado en la ciencia, cree, entre otras cosas, que la Tierra es hueca y que bajo ella vive una civilización antigua. Ideas que son el material estándar del género en el que Dick se ganaba la vida, aunque por lo general, los argumentos de los libros leídos por el maestro (y por ti que que lees esta reseña) y por mí, por supuesto; se preocupan más de las tesituras de ideas extrañas y si resultan ser ciertas o no. Pero, pero, pero… Confesiones… termina por tomar un rumbo diferente y nunca considera realmente las teorías de Jack más allá de afirmar que estas son las cosas que él piensa.

A medida que se desarrolla la novela, seguimos a Jack mientras su vida se desintegra y se tiene que mudar con su hermana y su marido. Viven en una casa idílica en el campo al norte de California y tienen hijos, caballos y perros…, de calidad. Un hogar que es una maravilla tecnológica con los últimos dispositivos para simplificar las tareas del hogar y lograr el estilo de vida pastoral más pertinente. Insisto, es narrada inicialmente por Jack Isidore, el ‘artista de mierda’ cuyo control de la realidad es tenue (cree cosas como que la luz del Sol pesa o que la Segunda Guerra Mundial comenzó en 1941 cuando Estados Unidos entró por primera vez). Pero parece no estar seguro de si vive en los 50 o al borde del cuatro milenio. Rápidamente, la narrativa da paso a otros personajes y lo que parece ser la historia propiamente dicha muestra al final familias que son infelices todo el tiempo.

Jack, tras un roce con la ley, se ve obligado a mudarse con su hermana Fay y su esposo Charley, quienes tienen sus propios problemas. Charley es un pasota de los buenos pero, ¿quién no lo sería frente al egoísmo inmenso de Fay? Ella le hace solicitudes perversas a Charley, le riñe constantemente para que haga las tareas de hogar y luego lo acusa de ser poco masculino cuando las hace. Les sobra la pasta y es capaz de adoptar una marca única de amor maternal por sus hijos diciendo cosas como:

Un niño es un animal inmundo y amoral, sin instintos sensatos, que ensucia su propio nido si se le da la oportunidad.

De repente, no puedo pensar en ninguna característica buena en un niño.

Excepto que, mientras sea pequeño, se les puede patear.

Uff. Estamos ante una novela que es difícil saber cuánto de esto es caracterización y cuánto es amargura proveniente del subconsciente de Philip K. Dick (el personaje de Fay se basa supuestamente en su primera esposa). Pero ciertamente es una novela que genera irritación, en muchos casos. La brecha se profundiza cuando Fay se hace amiga de una nueva pareja en la ciudad, Nat y Gwen Anteil, a quienes encuentra irresistibles debido a su belleza, y el odio y la envidia se fusionan.

Confesiones de un Artista de Mierda se escribió en 1959 pero no se publicó hasta 1975. Cuando Dick ya era maestro consagrado como autor de varias novelas de CF, ésta fue la única publicada en vida. Donde Dick deconstruye su existencia de cuento de hadas y retrata la alienación del adulterio y el abuso con una claridad aterradora.