Reseña: Las Casas de los Impíos, de Brubaker, Phillips y Jacob
Díganme ustedes, por favor, si existe alguien que acoga con los brazos más abiertos que yo una nueva y buena de historia de Terror en este país. Porque a uno le sube la bilirrubina cuando ve que se publican entre novedades geniales títulos traídos del otro lado del charco y para colmo esta vez un titulo poderoso con autores de renombre detrás. Y ya te pone el vello de punta ver que la primera imagen que vemos de Las casas de los impíos que recién publica Norma Editorial en nuestro país, es la de un pentagrama. Se muestra en un rojo brillante que lo hace parecer tallado en la carne de la contraportada. Es una primera imagen muy apropiada para enternecer tu piel, ¿no? El escritor Ed Brubaker, el artista Sean Phillips y el colorista Jacob Phillips —el equipo imbatible de obras como Cruel Summer, Pulp y Where the Body Was— lo saben. Y empiezan una historia sobre heridas que no sanan.
No es la primera vez que veo a Brubaker “hablando” del tema. Conozco su devoción o fascinación por los casos de pactos satánicos, la curiosa moda que resurgió en los años 80 después de que en los 60 dieran bastante que hablar con asesinatos reales que dieron mucha vida, sobre todo, en las dos grandes ciudades USA como son Los Angeles o Nueva York. Y es que Las casas de los impíos, en muchos sentidos, parece su respuesta a la famosa pregunta de rueda de prensa literaria: ¿Qué le pareció a usted tan interesante época? La respuesta de Brubaker es exhaustiva, reflexiva y conmovedora. Porque, si bien el pánico a lo satánico puede ser en gran medida algo del pasado, aún podemos ver sus huellas hoy. Y parece que es algo que seguirá junto al ser humano hasta el fin de los tiempos pues, cuando el mundo se vaya al garete, y Dios no nos escuche, ¿a quién acudiremos?
Nuestra protagonista, Natalie Burns, tenía cinco años cuando lo satánico arrasó en su escuela. Ella, junto con otros cinco compañeros de clase, testificó haber sido obligada a participar en rituales demoníacos por sus profesores. Cuando Brubaker nos la vuelve a presentar, tiene treinta y cinco años más y sabe que sus testimonios y los de sus compañeros, junto con los recuerdos demoníacos que la atormentan por las noches, son pura invención, el resultado de una mente impresionable atrapada en medio de un extraño momento cultural. Brubaker nos muestra su culpa por las consecuencias de su testimonio con su habitual sutileza. Se refleja en su exterior duro, en la despreocupación con la que transmite recuerdos traumáticos y en su dependencia de la marihuana para acallar el ruido en su cabeza.
Y gracias a Natalie, esto no es solo una lección de historia.
La habilidad de Brubaker para entretejer detalles históricos es increíble. Brubaker no quiere que simplemente conozcamos el pánico a lo satánico. Quiere que sintamos sus efectos. Una lectura que según para que tipo de gente puede ser profundamente perturbadora. Y suma el coloreado de Jacob Phillips que es fantástico en atmósferas. Pero no me iré sin decir que Sean Phillips ilustra escenas con tanta eficacia que es difícil no sentirse como si estuvieras en la misma habitación con los personajes. Se puede oler el aire húmedo de un sótano, teñido de grises y azules fríos. Se puede sentir la brisa fresca de la noche mientras estás de pie en un estacionamiento, viendo la puesta de sol…
Y el miedo.