Reseña: Melvin Monster, de John Stanley

En su constante publicar de joyitas de cómic de Terror, Diábolo Ediciones trae a nuestro país una joyita del pasado como es Melvin Monster. Humor y horror, esa mezcla que si está bien hecha es puro flipe por las sensaciones que deja. Como he leído por ahí: Melvin Monster es un puntazo de buena fe. El tipo de cómic que parece destinado a niños pero que disfruta, por encima de todo, el adulto. Y añado yo:  por encima de este, el fan, el friki, el amante del buen cómic clásico que algunos llevamos dentro. Saca a la luz el niño que está en nuestro interior, ese que si le ayudas y le das «comida», nunca se va. Recordad friends, que nunca debéis dejar ir la juventud, el saber difrutar de todo, es bien. Si maduras, te pudres. Eso no lo olviden nunca. Adultos que disfrutan de sus gustos sin un ápice de vergüenza o incomodidad. Melvin Monster es disfrute y al que no le guste que no mire, como decía la canción.

Volviendo al sendero reseñil, lo que es interesante para mí es cuán frenéticas y maníacas son estas historias. Especialmente, en comparación con los cómics por los que Stanley es más conocido. ¿Qué no le conocéis? Si hombre si, John Stanley (1914-1993) fue un dibujante y escritor de historietas estadounidense que llegó a ser mundialmente conocido por ser autor de La Pequeña Lulú entre 1945 y 1959. Aunque algunos viejóvenes de por aquí conocimos la serie animada en TV en los años 80. Si bien era conocido por escribir guiones, Stanley también dibujó muchas de sus historias, incluidos los primeros números de Little Lulu y su serie derivada Tubby. Su especialidad eran los relatos humorísticos, tanto con personajes licenciados como de creación propia. Fue definido por grandes críticos como «el dibujante más consistentemente divertido». El maestro C. C. Beck (co-creador de Capitán Marvel) comentó en su día: «Los únicos libros de historietas que disfruté de pequeño venían de la mano de Stanley. La pequeña Lulú y el Pato Donald».

Melvin Monster es para mí esa joyita que uno descubre de un autor famoso por otra serie. Una que parecía reservada para mí. Si bien estas viñetas clásicas son igualmente divertidas, proporcionan una sensación un poco más estructurada que lo que uno podía encontrar en La pequeña Lulú. Se gasta la misma cantidad de tiempo en la preparación que en la entrega del cebo pues aquí Stanley simplemente apila ideas una sobre otra que son maravillosas para desplegar desde ahí a otros «senderos». Refleja las mismas sensaciones que tenía de pequeño cuando leía las revistas MAD. Un cúmulo de ideas por desarrollar -café, cacao o azafrán-, las especias más preciadas en esencia. Y una tras otra. Una tras otra. Donde esplenden además las virtudes del personaje (el pequeño monstruo solo quiere ser amable, horrorizando a sus padres, y a la comunidad de monstruos en general) lo que conduce a capítulos llenos de inspiración que si en principio pueden parecer ridiculos, al poco, te ves inmiscuido en el proceso de cambio y quedas atrapado/a y maravillado/a para siempre. Os lo aseguro. Y siempre que améis el Terror en todas sus formas, por supuesto. Como cuando Melvin sin darse cuenta hace saltar por los aires a su propio colegio, para alegría de mamá. Pero el talento y el sentido de la oportunidad de Stanley hacen que todo parezca fresco y atractivo. ¿Estamos hablando del tipo de historias en la que el monstruo hace cosas malas porque lo malo es acto ejemplar para ellos, justo al contrario que para los humanos? Sí, es ese tipo de historias que tanto han promovido actualmente pelis como Hotel Transilvania. Esa es la idea. Pero aquí estamos ante la fuente de esa idea. Y es maravilloso poder tener estas viñetas, este tomo recopilatorio en mano.

Por poner alguna pega, mi única queja es la falta de información de fondo o introducción. El diseño de este volumen es encantador y aprecié mucho la decisión de darle a la reproducción un aspecto amarillento, como si estuvieras leyendo cómics antiguos originales. Pero me frustró que no proporcionaran (a mí y, sobre todo, al lector que llega de nuevas y es flojete para investigar) más información, por minúscula que fuera, sobre los orígenes de la serie. Únicamente se añadde una breve bibliografía de Stanley al final. Pero esto pasa porque Diábolo Ediciones nos tiene muy mal acostumbrados. Siempre nos mete en sus volúmenes información a cascoporro que es muy agradecida de tener, leer y conservar. Cada tomo-joyita normalmente viene repleto de información. Pero a lo que vamos. Amigos amantes del buen cómic, no os lo perdáis. Un brindis al Terror mezclado con humor.