Reseña: Pobre Lampil (1973-1982), de Willy Lambil y Raoul Cauvin

A poder seguir disfrutando, a poder seguir descubriendo, en muchos casos, geniales obras del cómic clásico europeo. El disfrute, la nostalgia, la memoria recuperada… Esa es la oportunidad que está ofreciendo Dolmen Editorial con su colección Fuera Borda. Y ahora Pobre Lampil. Una mini colección de culto, dentro de las de culto, creo que de las pocas veces que no tenía ni idea (pero nada de nada) sobre un titulo de los considerados más curiosos cómics de la BD. ¿Pero que uno lo coge con ganas, se obnubila y quiere saber más? Por supuesto. Es es el don de estos dibujos y su atractivo. También es lógico que estando Willy Lambil y Raoul Cauvin (autores de mi amados Casacas Azules) detrás, pues qué más decir… El ilustrador Willy Lambil, se convierte en Lampil y nos presenta sus aventuras con su esposa y demás seres-coñazo que le rodean en tiras de cómics, sus andanzas, discusiones y la mala suerte de un autor a la hora de crear y buscar a la famosa musa inspiradora. Una cómic con una premisa básica pero que hace treinta o cuarenta años era más que original.

Lampil es un caricaturista depresivo, frustrado y gruñón y somos testigos de su vida en casa, de su hoja en blanco eterna (panel) y de su familia y demás tipos revoloteando alrededor. Su familia, su gato y su inseparable guionista. Pobre Lampil es de esos curiosos cómics donde queda patente la emergente escuela franco-belga que empezó a llegar al famoso semanario Spirou allá por los años 80. Del que partieron tan geniales títulos. Donde se promovía un tipo de cómic más colorido, más rítmico y con ideas originales; Pobre Lampil fue de las primeras series de la historia del cómic europeo en hablar del meta-cómic. Es decir, un cómic sobre el proceso de crear un cómic. Pero en este caso, riéndose de ello. Mostrando las situaciones depresivas de su propio diseñador, con un cruel pero divertido compañero dándole caña, de esos que dices, espero que realmente no fueran así como se describen sí mismos, o de lo contrario, vaya relación más tóxica. Así que este integral de dos, que va a recoger todo-todito-todo lo que se publicó del título, deja un cómic con el que pasar momentos hilarantes sobre un diseñador desafortunado e impopular. El tipo de tebeo que usa el humor para enseñarte bastantes cosas sobre el medio a la vez. Conteniendo incluso algunas situaciones repetitivas (la pura realidad), como por ejemplo, la eterna pelea con los contratos con Mr. Dupuis (dueño y señor de Ediciones Dupuis la poderosa editorial de grandes títulos del cómic franco-belga),enfrentamientos en el que algún que otro autor se va a sentir identificado.

Desgracias del personaje principal para reír. Y es que Pobre Lampil, sin mostrar grandes pretensiones, es bastante divertida. Lambil se muestra como es en familia y en sus formas profesionales. Un cómic interesante que demuestra que Cauvin tenía cierta burla y cierta distancia para con su obra. Por lo que el diseñador sube al escenario aquí y acumula una broma tras otra, una desgracia constante, para toda una vida de “promesas” y “juramentos” que casi nunca se cumplen. Un conjunto de relatos de buena calidad. No te rompes la mandíbula, pero algunos sketches valen su peso en oro. Las bromas entre el caricaturista y el guionista, sus peleas, es lo que más gracia me hizo. Lo que me parece curioso es, que hace no mucho, en un foro francés de cómic europeo que suelo visitar, alguien decía: «Qué lástima que ya no podamos encontrar esta serie en tiendas». Y ahora va Dolmen Editorial y nos la planta en la cara (en librerías) para el disfrute español.

Maravilloso-maravilloso-maravilloso.

Decir que (aunque creo que es obvio), el diseño de Lambil es perfecto para la serie. El dibujo de Willy sí que se diferencia algo de su serie más famosa (Casacas Azules) al acercarse un poco más a… ¿Sandy & Hoppy? Por las características de los personajes, quizás. Aquí apenas hay espacio para los decorados. Todo son caras, muecas, personajes, personajes, personajes… Cada uno de su padre y de su madre. Puro dolor de cabeza para el autor. Me lo he pasado en grande.